Durante muchas décadas, tanto en la vida diaria como entre estudios científicos, se ha intuido y planteado la existencia de cierta sincronización menstrual entre mujeres de estrecha convivencia. ¿Realmente existe o es un mito sustentado en un respaldo científico débil y controvertido?
El primer planteamiento de la existencia de la sincronización menstrual ocurrió hace 40 años. Fue una psicóloga llamada Martha McClintock quién lo estudió científicamente y aportó sus resultados iniciales en la revista Nature en 1971. Por esa razón, a la sincronización menstrual también se le conoce como el Efecto McClintock. McClintock se dio cuenta por primera vez de este hecho al observar a siete socorristas (obviamente, todas ellas mujeres) que comenzaron el verano con periodos totalmente diferentes y que, al cabo de tres meses, menstruaban prácticamente en los mismos días.

Esta sincronización necesita un tiempo de convivencia y una relación estrecha entre esas hembras, predominando el ciclo ovulatorio de una sobre las demás y siendo la regla de éstas la que se ajusta para, finalmente, acabar coincidiendo al cabo de unos meses.
La evidencia científica de este fenómeno es muy controvertido y no hay una respuesta clara. Evidentemente hay voces discordantes con las conclusiones McClintock y sitúan el hecho de la sincronización menstrual más cerca de las llamadas “leyendas urbanas” y en caso de ser provocada por algún tipo de hormona sería por aquellas que se liberan a través del hipotálamo, una glándula endocrina que es la parte del encéfalo encargada de regular los ciclos menstruales (entre otras cosas), y señalan como causas de la posible sincronización (en caso de existir) al entorno compartido, número de horas de luz recibida y misma temperatura ambiental.
El tiempo y más estudio científicos aclararán este tema que inicia tantas charlas entre mujeres, sin ir más lejos la de este fin de semana con mis amigas, tinto de verano en mano en el chiringuito de la playa de Calahonda y a las que desde aquí les dedico este artículo.




