La hepatitis B es una infección que puede afectarnos en cualquier momento de nuestras vidas, máxime si no estamos vacunados. La transmisión a través de hemoderivados o mediante instrumental sanitario es muy poco frecuente dadas todas las medidas de prevención interpuestas en países desarrollados, sin embargo las perspectivas en adictos a drogas por vía parenteral o mediante transmisión sexual no son tan halagüeñas.
Qué es y Cómo se contagia la Hepatitis B
El virus de la hepatitis B es un virus complejo que pertenece a la familia de los “hepadnaviridae”, es un DNA virus, su genoma está constituido por una doble cadena de DNA, una larga y otra corta.
La transmisión del virus de la hepatitis B se produce a través de personas con infección aguda o crónica, que pueden ser sintomáticos o estar asintomáticos y que actúan como reservorios y fuente de infección para personas susceptibles. La transmisión se produce por vía parenteral como transfusiones de sangre infectada o mediante instrumental sanitario, aunque está vía hoy en día y especialmente en países desarrollados es muy poco frecuente dadas las medidas de prevención interpuestas. Sin embargo en otros colectivos como el de los adictos a drogas intravenosas, la propia acupuntura realizada sin las medidas de higiene adecuadas o la elaboración de tatuajes o la implantación de “piercing” sin la protección debida son factores que favorecen su difusión.
No debemos olvidar la importancia de las relaciones sexuales con personas infectadas, especialmente en los casos en los que la promiscuidad puede ser un factor determinante, actualmente se considera que en los países desarrollados, de baja endemicidad, la infección se suele producir sobre todo en la juventud y en el adulto joven, fundamentalmente a través de las relaciones sexuales, el uso de drogas por vía parenteral o intravenosa y el uso compartido de “fómites” o utensilios de higiene personal. La transmisión vertical de madre a hijo representa a nivel mundial la principal vía de transmisión del virus de la hepatitis B.
La infección es un auténtico problema de salud pública mundial ya que se calcula que aproximadamente unos 300 millones de personas, un 5% de la población mundial podría estar infectada por el virus de la hepatitis B, si tenemos en cuenta y nos centramos en los países en vías de desarrollo del sudeste asiático y África tropical se estima que al menos el 10% de la población podría ser portadora del virus.
Síntomas, diagnóstico y tratamiento
de la Hepatitis C
La expresión de la enfermedad es variable, desde ser asintomática pasando por algunos síntomas característicos o pudiendo debutar como una hepatitis fulminante y de pronóstico infausto, en general los síntomas en los casos en los que estos aparecen se caracterizan por inapetencia, astenia o sensación de cansancio, fatiga, febrícula, dolores musculares y articulares, náuseas y vómitos, piel amarilla y orina turbia.
El diagnóstico fundamentalmente es clínico y de laboratorio tratando de detectar la presencia del virus a través de la expresión de algunos de sus componentes o antígenos, o de los propios anticuerpos generados por el organismo que surgen en defensa de la infección.
El tratamiento de la hepatitis aguda no suele ser preciso y se basa en la monitorización de la función hepática y otras funciones corporales con exámenes periódicos de sangre. Se debe guardar reposo en cama, tomar mucho líquido y comer alimentos saludables. Algunos pacientes con hepatitis crónica se pueden tratar con antivirales que pueden disminuir o eliminar la hepatitis B de la sangre y reducir el riesgo de cirrosis y cáncer del hígado. Los síntomas generalmente desaparecerán en unas cuantas semanas a meses.
Lo más importante es la prevención mediante las normas de profilaxis elementales, como el no compartir utensilios de aseo personal, la utilización de preservativos en las relaciones sexuales evutando al máximo la promiscuidad, utilizando jeringuillas desechables en casos de drogadicción, etc… en definitiva aquellas medidas que traten de evitar el contacto con la sangre y los líquidos corporales y que pueden ayudar a prevenir la propagación de la hepatitis B de una persona a otra.
Una vacuna imprescindible
Sin duda la medida profiláctica por antonomasia es la vacunación. Los niños y las personas en alto riesgo de desarrollar hepatitis B deben recibir la vacuna contra esta enfermedad. Los recién nacidos deben recibir su primera dosis de la vacuna contra la hepatitis B al nacer y completar la serie de tres dosis a la edad de 6 meses. Los niños menores de 19 meses que no hayan sido vacunados deben recibir dosis «de recuperación». Los trabajadores de la salud y aquéllos que conviven con alguien con hepatitis B, deben vacunarse. Los hijos de madres que tengan hepatitis B aguda o que hayan tenido la infección en el pasado deben recibir una vacuna especial contra la hepatitis B dentro de las 12 horas posteriores al nacimiento.
La vacuna o la inyección de inmunoglobulina contra la hepatitis B (IGHB) pueden ayudar a prevenir la infección si se administra dentro de las 24 horas posteriores al contacto con el virus.