Este es un proceso silente en la mayoría de los casos, ya que no se expone abiertamente en las consultas con el especialista. Afecta a buena parte de las mujeres en edad postmenopáusica y puede comprometer la calidad de vida de estas mujeres.
Unas cuatro millones de mujeres españolas padecen atrofia vaginal, pero sólo el 25 por ciento consulta a su médico sobre este problema que afecta «seriamente» a su calidad de vida y, especialmente, a sus relaciones sexuales. Estos datos han sido aportados por la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (AEEM), con motivo de la publicación de la ‘MenoGuía Salud Vaginal’, elaborada con la colaboración de Teva Woman Health.
La atrofia vaginal, también conocida como vaginitis atrófica, es un trastorno que consiste en un adelgazamiento de las paredes de la vagina y en una disminución de su lubricación, lo que produce una mayor sequedad e inflamación vaginal. Su causa fundamental es una disminución en los estrógenos circulantes, es una patología muy frecuente en la mujer a lo largo de la menopausia, aunque también se puede apreciar este trastorno en mujeres jóvenes, especialmente tras el parto o en el puerperio.
Se manifiesta comúnmente por menor lubricación vaginal (sequedad), dolor o malestar vaginal al mantener relaciones sexuales (dispareunia), ardor de la vagina, pequeños sangrados vaginales especialmente tras el coito, úlceras o lesiones en la pared vaginal, sintomatología que a su vez se puede ver acompañada de escozor o ardor al orinar (disuria), incontinencia urinaria, especialmente en las mujeres de más edad, prolapso vaginal (las paredes vaginales se desplazan hacia abajo por el adelgazamiento y pérdida de sus pliegues).
Según apuntan los expertos sólo una de cada cuatro mujeres lo comenta en la consulta del especialista, debiendo ser abordado de una forma decidida, debido a que la calidad de vida de las pacientes se encuentra comprometida de alguna forma. Por ello la Sociedad Española para el Estudio de la Menopausia ha elaborado la ‘MenoGuía’ que nace con el objetivo de concienciar a los profesionales de la importancia que tiene que en las consultas los propios especialistas pregunten a las mujeres si tienen síntomas característicos de esta patología, y, al mismo tiempo, a las mujeres para que comenten estos problemas a sus médicos.
En cuanto al diagnóstico se suele realizar por el análisis de los datos clínicos aportados por la paciente, por la exploración física realizada durante la consulta y por el análisis de sangre con determinación de hormonas si fuera necesario.
En cuanto al tratamiento, este se basa fundamentalmente en la utilización de estrógenos locales puesto que normalizan el pH ácido, aumentan la respuesta lubrificadora y disminuyen la sequedad vaginal, contribuyendo a una mejora de la respuesta sexual. La administración de estrógenos a nivel sistémico puede producir efectos secundarios destacados, por lo que solo se deben utilizar en mujeres muy sintomáticas.
Los hidratantes vaginales no disminuyen la atrofia de la pared vaginal secundaria al déficit de estrógenos, pero sí mejoran la sequedad producida por ésta, alivian los síntomas como la dispareunia (dolor con el coito), el ardor o el escozor vaginal y puede ser un tratamiento a tener en cuenta en pacientes con síntomas leves o moderados. En cuanto a los lubricantes vaginales estarían indicados antes de mantener relaciones sexuales. Se aconsejan los lubricantes a base de agua y silicona, y se desaconseja el uso de la vaselina como lubricante, pues puede producir daños en el látex de los preservativos o de los diafragmas, y además podrían aumentar el riesgo de infección genital. Otros lubricantes a base de aceites para ser aplicados intravaginalmente tampoco estarían indicados.
Los expertos apuntan a que la mejor forma de hidratación vaginal son las relaciones sexuales, por lo que es importante que estas mujeres intenten mantener una sexualidad regular, constante y gratificante mediante un tratamiento adecuado y las medidas de prevención apropiadas tales como necesidad de usar el preservativo para evitar contraer o diseminar infecciones de transmisión sexual, mantener la zona genital limpia y seca, no realizar duchas vaginales, tomar probióticos cuando se estén tomando antibióticos para evitar candidiasis vaginal, evitar el uso de productos de higiene íntima perfumados en el área genital, usar ropa interior de algodón, y no utilizar pantalones demasiado ajustados