¿Por qué se produce tanto dolor en el parto? La evolución tiene la respuesta

Tener una amiga o familiar embarazada fomenta que tarde o temprano las conversaciones se vayan centrando en ese tema…y cómo no, aparece la eterna pregunta ¿por qué si la naturaleza es tan sabia no existe otra forma para sentir menor dolor en el parto?

Y es que he aquí uno de los grandes misterios no resueltos: el dilema obstétrico o el por qué nuestra pelvis es como es y no está preparada un parto menos doloroso.

Este dilema parte de dos hechos evolutivos o de dos tendencias contradictorias en el desarrollo evolutivo de la pelvis humana.

Por un lado una pelvis estrecha facilita la locomoción bípeda, pero por otro, una pelvis estrecha dificulta el parto. Y si a esto le sumamos que además una pelvis pequeña limita el tamaño craneal de nacimiento para la especie, y éste a su vez limita el desarrollo cerebral y nosotros somos inteligentísimos, ¡aquí tenemos el dilema!

El parto en nuestra especie es largo y tremendamente doloroso en comparación con otras especies, incluidos otros primates. Dura de media unas 9 horas frente a las dos horas que suelen durar los partos de otros grandes simios, los cuales, además, no necesitan asistencia de otros de su especie.

La principal dificultad a la que se enfrenta una mujer durante el parto es la de sacar a la luz la cabeza de su bebé de unos 35 centímetros de diámetro, casi igual a la del diámetro del torso (o a veces incluso mayor).

Además, no es un proceso que permita a la madre parturienta seguir una vida normal, sino que es limitante y además obliga al “grupo” a estar pendiente del proceso ya que necesita asistencia, lo que da como resultado un proceso nada adaptado pero, aun así, ha sido el seleccionado por la naturaleza.

Y es que como nos encanta andar sobre dos patas y la evolución de nuestro encéfalo ha sido espectacular en comparación con otras especies, estos dos hechos se enfrentan directamente, obligando a que el porcentaje de desarrollo alcanzado en el útero sea menor en comparación con, por ejemplo, los chimpancés: ellos alcanzan en torno al 40-50% del desarrollo cerebral dentro del útero, nosotros llegamos tan sólo al 25%-30%.

La Selección Natural eligió la mejor opción posible para que el desarrollo uterino del ser humano se detuviese en el momento en que el tamaño del cráneo era lo suficientemente pequeño para caber todavía por el conducto uterino y las caderas sin causar daños para sí mismo ni para la madre, pero a la vez en un punto en que era lo más grande posible.

Es decir, esta hipótesis sostiene que la selección natural trata de maximizar el tiempo en el útero (tiempo de desarrollo y protección para el niño) pero sólo hasta el punto en que este es viable: el cráneo crece todo lo posible sabiendo que es capaz de salir por el cuello uterino, aunque el proceso sea dolorosísimo.

A su vez, el ancho de la pelvis femenina es una solución que sirve tanto para que el parto sea viable a la vez que nuestra locomoción. Según esta hipótesis, el tamaño craneal del niño se adaptó al diámetro de la pelvis que necesitaba la madre para mantener su locomoción bípeda sin acarrear problemas de supervivencia.

La hipótesis obstétrica sitúa el enfrentamiento y la necesidad de equilibrio evolutivo entre la locomoción y la capacidad de tener bebés.

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