De profesión: investigador

La mayoría sabe que Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez o Jane Austen son grandes escritores, pero rara vez la gente es capaz de nombrar a científicos, y sin embargo, sus avances y descubrimientos han transformado nuestras existencias e impregnan nuestro cotidiano. Hoy en Knowi, una pequeña introducción a la vida de un investigador.

La investigación es una carrera de vocación y dedicación, hasta tal punto que Marie Curie puede que haya muerto por sobreexposición al radio con el que trabajaba. Otro ejemplo es Barry Marshall, que se bebió un brebaje de bacterias para demostrar que el origen de la úlcera estomacal era H. pylori, lo cual le valdría un Premio Nobel. Cuando mis padres en vez de regalarme el Choconova o Alfanova, me compraron el Micronova (mini-microscopio incluido), me condenaron a una vida de incógnitas que resolver, problemas que solucionar y preguntas que contestar. Eso es ser investigador.

El punto de partida suele ser un doctorado, una carrera de obstáculos, incluido el título, un larguísimo conjunto de palabras difíciles de pronunciar que la mayoría no entiende. El trabajo no tiene horarios, no es raro estar más de doce horas haciendo un experimento, o pasar los fines de semana en el laboratorio. Hay también ventajas: un laboratorio es esencialmente un grupo de jóvenes de entre 25 a 35 años, sin rutina establecida, que se visten con vaqueros, camiseta y zapatillas. Siempre. Culmina con la redacción de una tesis, que nadie leerá. Jamás.

Dicen que el doctorado son los años más duros. Eso es porque ignoran lo que viene después; el post doctorado, o como hacer dos o tres tesis a la vez, mientras te encargas de los nuevos estudiantes, postulas a becas y fuentes de financiación varias, intentas seguir manteniendo el ritmo de tus salidas nocturnas y todo ello, en la mitad de tiempo, con más años y preferentemente en el extranjero.

¿Y después? El vacío…

Muy pocos logran un puesto permanente (en investigación pública/académica). Un alto porcentaje de estudiantes abandona después de la tesis, y otro tanto después del postdoctorado, obligándoles a reconvertirse a otras disciplinas.

De un buen investigador no solo se espera que sea hábil en el laboratorio y que esté al día con la “literatura” (el centenar de artículos que se publican a la semana en revistas especializadas y de los que deberías estar al tanto). También hay que escribir bien (y en inglés) y ser buen orador, saber divulgar y comunicar tus resultados. Según pasan los años te conviertes en mentor y profesor de nuevas generaciones para terminar siendo gestor; gestor de ideas, de proyectos y también de presupuestos. Algo para lo que no has recibido formación alguna.

Es un trabajo duro, muchas veces precario, con poco reconocimiento y con resultados a largo plazo. Pero todo se desvanece ante el orgullo y la emoción de un experimento concluyente o un artículo publicado. Al final del día, merece la pena, porque has logrado lo que pocos pueden; has creado conocimiento, y encima, te pagan por ello.