La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que alrededor de 280 millones de personas en el mundo sufren depresión. Y las cifras podrían haberse incrementado con la pandemia.
Un trabajo de la UOC en colaboración con Sant Pau, publicado en la revista científica ‘Journal of Neurology’, revela que la fatiga en los pacientes con postcovid está relacionada con padecer ansiedad, depresión y apatía.
Vanessa Rodríguez Pousada, profesora colaboradora del máster universitario de Psicopedagogía de la Universitat Oberta Catalunya (UOC), y Ferran Marsà Sambola, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, han advertido de que la ‘depresión sonriente’ «puede pasar desapercibida hasta a los más cercanos».
Además, un estudio publicado en ‘The Lancet‘ afirma que los casos de depresión mayor han aumentado un 28 por ciento desde que apareció la COVID-19. Sin embargo, los expertos creen que estos números podrían ser aún más altos dada la cantidad de casos de depresión que no están diagnosticados. Entre ellos ocupa un lugar importante la ‘depresión sonriente‘, un tipo de depresión que puede pasar desapercibida incluso al entorno más cercano.
«El término ‘depresión sonriente’ hace referencia a los cuadros depresivos que cursan con la sintomatología típica asociada a dichos trastornos, pero en los cuales el sujeto diagnosticado muestra un afán de ocultamiento. Y este anhelo redunda en una posición activa para que las personas que lo rodean no perciban el malestar al que está haciendo frente», explica Rodríguez Pousada.
El hecho de que las personas que la padecen se esfuercen en esconder su malestar se traduce en una mayor dificultad para detectarlo. Por eso, los casos diagnosticados podrían ser una porción muy pequeña de todos los existentes.
Sin embargo, quienes la sufren experimentan el mismo malestar que una persona con depresión típica. Y, de hecho, son conscientes de lo que les pasa. O, al menos, de que algo no va bien. Pero hay varias razones que pueden llevarlos a intentar ocultarlo. Una de ellas es creer que su obligación es ser feliz y que no pueden mostrar emociones negativas.
«Actualmente, vivimos en una sociedad en la que ser feliz es un imperativo. Junto a esta dictadura de la felicidad ha ido acrecentándose un individualismo desde cuya óptica se tiende a minusvalorar las circunstancias personales, sociales y estructurales de un sistema decidido a convencernos de que la salud y la enfermedad están ligadas casi exclusivamente a deficiencias psicológicas personales; donde la autodeterminación y las capacidades propias son los ejes vertebradores de nuestro bienestar. Así, se presupone que estar bien o no estar bien depende exclusivamente de uno mismo», afirma la experta.
Como explica la profesora colaboradora de la UOC, este mensaje ha calado tanto en la sociedad que hay personas que se sienten culpables por experimentar malestar. «Al hecho de padecer una depresión se le sumaría la culpa por sufrirla, asumiendo que nosotros mismos somos los responsables, y, en una doble vuelta de tuerca, se pasaría de la depresión a la culpa, y de la culpa a la vergüenza», indica.
En consecuencia, considera que la depresión representaría para estos pacientes «la propia incapacidad para hacer frente a algo que deberíamos saber manejar y se revela como un significante de la propia debilidad». El resultado que esto puede tener es precisamente el de no mostrar las verdaderas emociones y aparentar felicidad de cara a los demás.
A pesar de intentar tapar el malestar, es posible que aparezcan signos externos que puedan alertar al entorno más cercano. Como explica Ferran Marsà Sambola, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, «algunos estudios dicen que las personas que experiencian una depresión atípica o sonriente suelen tener más apetito, dormir en exceso y tener una mayor sensación de pesadez en brazos y piernas, así como rechazo a las críticas de las personas de su entorno». «Incluso pueden mostrar pérdida de interés en actividades que antes eran satisfactorias para ellos», añade Rodríguez Pousada.
LA INFLUENCIA DE LAS REDES SOCIALES
En cuanto al tipo de personas que pueden sufrir ‘depresión sonriente‘, no hay un perfil establecido, ya que en ella interviene una realidad compleja de factores bio-psico-sociales. Sin embargo, las personas perfeccionistas, que con frecuencia toleran peor los fallos, pueden estar entre quienes la sufren si perciben la depresión como una debilidad y una carencia personal.
Respecto a si es más prevalente en hombres o en mujeres, no hay datos concretos. «Si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad de signo heteropatriarcal, donde la demostración del mundo emocional y de las propias debilidades se encuentra más estigmatizada en los hombres, los estereotipos masculinos podrían intervenir como un factor de vulnerabilidad en el caso de la ‘depresión sonriente’ para esta población», detalla la profesora colaboradora de la UOC.
En lo que el conjunto de expertos coincide es en que las redes sociales no ayudan a que se muestren las emociones reales. «Vivimos en una sociedad donde constantemente tenemos que demostrar a los otros que tenemos una vida perfecta. En mi opinión, esto se refuerza a través de las redes sociales», indica Marsà Sambola.
También es la opinión de Vanessa Rodríguez Pousada, que recuerda que en las redes sociales existe una tendencia a mostrar la parte exitosa de uno mismo, magnificándola y enalteciéndola de forma considerable. «Al mismo tiempo, la comparación entre la propia vida y la supuesta vida de los demás brota como un juego de espejos engañoso, en el que la realidad se difumina. Las redes sociales pueden aparecer aquí como autopistas por las que transitar bajo la ocultación del malestar. En este caso, podrían asomar como el compañero de viaje ideal de la ‘depresión sonriente'», remacha.